- Adriana Mascelloni
- 15 may 2024
- 3 Min. de lectura
En el corazón de una ciudad sin nombre, oculta en los pliegues del tiempo, existía una biblioteca infinita. Este lugar, un laberinto de conocimientos y misterios, albergaba en sus estantes cada libro jamás escrito, cada pensamiento concebido y cada sueño soñado. Para los habitantes de la ciudad, la biblioteca era tanto una bendición como una maldición, un reflejo del deseo eterno de comprender la totalidad del universo y de encontrarse a sí mismos en él.
A menudo, los eruditos se aventuraban en la biblioteca, buscando respuestas a preguntas que no sabían formular. Uno de estos eruditos, un hombre llamado Darío, se obsesionó con un libro en particular. Había oído hablar de un volumen que contenía la clave para entender la relación entre la realidad tangible y los ideales abstractos que la humanidad persigue. Este libro, según los rumores, estaba escondido en el corazón de la biblioteca, protegido por laberintos de palabras y espejos que distorsionaban la percepción.
Darío dedicó su vida a buscar este libro. Día tras día, vagaba por los corredores interminables, desentrañando misterios encriptados en las páginas de manuscritos olvidados. A medida que avanzaba, se dio cuenta de que la biblioteca era un reflejo de su propia mente, un laberinto de pensamientos, recuerdos y sueños que se entrelazaban en un patrón complejo.
Un día, tras años de búsqueda infructuosa, Darío encontró una sala diferente a todas las demás. En el centro de la sala había un espejo antiguo, su superficie pulida reflejaba no solo la imagen de Darío, sino también un intrincado mosaico de símbolos y figuras. En el borde del espejo, una inscripción en latín rezaba: "Inter umbras et specula, veritas latet" ("Entre sombras y espejos, la verdad se oculta").
Con una mezcla de temor y curiosidad, Darío tocó el espejo. Al instante, fue transportado a un mundo paralelo, un reino de ideas puras y formas perfectas. Aquí, la realidad tangible se disolvía, y solo existían las esencias de todas las cosas. Vio la justicia como una balanza en equilibrio perfecto, la belleza como una luz radiante y la verdad como un libro abierto cuyo contenido cambiaba continuamente, adaptándose a la mente del observador.
Darío comprendió entonces que la búsqueda de la verdad no era un viaje hacia una conclusión definitiva, sino un proceso continuo de descubrimiento y reflexión. Al igual que la biblioteca, la verdad era infinita, un reflejo interminable de sombras y espejos que invitaba a la exploración perpetua.
Regresó a la sala de la biblioteca, llevando consigo un fragmento de esa comprensión. Sabía que nunca encontraría el libro que había buscado, porque el verdadero conocimiento no podía ser contenido en páginas, sino que existía en la mente y el espíritu de quien lo buscaba. Decidió escribir su propia crónica, no como un registro de hechos, sino como una guía para otros viajeros en su propio viaje hacia el entendimiento.
Y así, en las profundidades de la biblioteca, Darío encontró su lugar, no como un buscador de respuestas finales, sino como un eterno explorador de las sombras y los espejos que componen la vasta y maravillosa biblioteca del alma humana.
¿Y vos, estas en tu propio viaje hacia el entendimiento?
¿A dónde vamos?, ¿Quiénes somos?, ¿Qué somos?
Y te das cuenta lo importante que es hacernos esas preguntas. No importa la edad. Lo bueno es darse cuenta. Barajar, tirar de nuevo y comenzar a encontrar las respuestas.
Es un camino, con etapas. Algunas veces el sendero es escarpado, otras completamente llano. Lo importante es aprender. Sacar experiencias, tanto buenas como malas. Todo sirve. Con toda la información que vamos obteniendo a lo largo de nuestras vidas podemos armar un entretejido de conocimientos que nos ayudan a ser plenamente reales. Sin caretas, salir con la cara limpia, hinchar los pulmones, dibujar una sonrisa y gritar a los cuatro vientos ¡Acá estoy! ¡Soy yo!
¡Acá estoy, soy yo!
Precioso.
Muy bueno deja una gran enseñanza
Maravilloso
Buen relato lleno de sabiduría.
Genial!!