- Adriana Mascelloni
- 28 feb
- 2 Min. de lectura

Hernán trabajaba como bibliotecario en un pueblo pequeño, donde el tiempo parecía detenido entre los estantes polvorientos y los susurros de las páginas viejas. Era un hombre reservado, cuya única pasión eran los libros y las historias que estos contenían.
Una tarde, mientras organizaba una sección olvidada, encontró una puerta oculta al fondo de la biblioteca. No había visto esa puerta antes, pero algo lo impulsó a abrirla. Al cruzarla, se encontró en una sala distinta a todas las demás. Las paredes estaban cubiertas de libros invisibles, cuyos títulos solo podían leerse bajo una luz especial.
Intrigado, Hernán tomó uno de los libros y lo colocó bajo la lámpara. El título apareció lentamente: "Cosas que nunca dije".
Al abrirlo, se encontró con páginas escritas con pensamientos que había tenido, pero que nunca expresó. Había confesiones de amor, disculpas no dichas, sueños abandonados. Cada palabra lo golpeaba con una fuerza inesperada.
Mientras leía, una voz resonó en la sala.
—Estos son los libros de las intenciones no expresadas —dijo una figura que emergió de las sombras. Era una mujer mayor, con ojos sabios y mirada serena—. Cada persona tiene una colección aquí. Son las palabras que callaron, las decisiones que postergaron, los sentimientos que ocultaron.
Hernán sintió un nudo en la garganta. Recordó a su hermano, con quien había perdido contacto tras una discusión tonta. Había querido escribirle una carta, pero nunca lo hizo. Tomó un nuevo libro y, bajo la luz, apareció otro título: "La carta que nunca escribí".
La mujer lo miró con compasión.
—Aún puedes escribirla. Lo que no se dijo en el pasado puede cambiar el presente.
Esa misma noche, Hernán regresó a casa y escribió una carta a su hermano. Fue sincero y vulnerable, reconociendo sus errores y expresando lo que sentía. Al enviarla, sintió que un peso enorme se desvanecía.
Días después, recibió una respuesta. Su hermano también había guardado palabras que nunca dijo, y juntos comenzaron a reconstruir su relación.
Hernán volvió a la sala de los libros invisibles una vez más. Esta vez, los títulos eran diferentes: "Palabras que cambiaron el destino".
—Las intenciones no expresadas son cadenas —dijo la mujer—. Pero cuando las transformas en acciones, liberan.
Moraleja: Las palabras no dichas pueden convertirse en cadenas que nos atan al pasado. Solo al expresarlas, liberamos nuestro presente y transformamos nuestras relaciones.
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La lectura me hizo pensar que hay momentos o capítulos de tu vida que dejamos inconclusos y que su sombra siempre nos acompaña y, que al expresar lo que nuestra mente y corazón tenían guardado para ese entonces, podemos cerrar ese capítulo o abrirlo nuevamente en nuestras vidas, pero esta vez para sanarnos.